Tres Cuentitos Para Reflexionar la Vida

Te obsequiamos tres cuentitos breves escritos por el autor leonés Andrés Baldíos para darte un momento de paz. Tal vez te encontrarás en alguna de estas situaciones que parecieran rebasarte, pero siempre hay una solución. Te obsequiamos tres muestras de amor para tiempos difíciles.

DONDE COME UNO, COMEN DOS

Siempre son un delirio las mudanzas. Y más si se trata de tu primer departamento, tu primer hogar (el elegido por ti, no exactamente donde te criaste). Mudarse al primer hogar es arrojarse al trance de la realidad, la iniciación a la supervivencia. ¡Qué delirio! Y más cuando son un par de recién casados los que se arriesgan a las novedades de la difícil carrera de la vida. Familiares los han animado a que es el inicio del resto de sus vidas, pero saben perfectamente, cada uno desde su individualidad, que la vida es más que palabras, y el matrimonio más que roles por cumplir.

La parejita llevaba apenas un par de meses de casados. Uno de ellos había conseguido un trabajo como docente en una ciudad distinta a la suya y a la de su pareja. Ambos optaron por vivir en dicha ciudad, porque había que ir a donde la oferta de trabajo clamaba disponibilidad. Apenas se instalaron en el angosto departamento (un espacio de dos cuartos, un baño y una cocinita) supieron que la trama de sus vidas no sería nada fácil. Aun así, su cariño y confianza mutua les brindaba la seguridad de una continuidad bastante interesante; difícil, como en todos los grandes casos, pero finalmente maravillosa.

Todo es nuevo en los primeros días. Más tarde la rutina se adentra y llega para quedarse, siempre acompañada de su más irónica debilidad: que no hay día que se repita. Como en todo comienzo, hay poco dinero, y una enorme lista de sacrificios por hacer, pero todo era cuestión de adaptarse y abrirse ante las circunstancias.

Era un día nublado. Quien ahora era docente salía de trabajar y emprendió camino a casa. Durante el trayecto en camión veía dejar atrás los edificios hasta llegar a los que ya reconocía y ubicaba por sus rumbos. Ya llevaban un par de semanas asentados en sus nuevas vidas, pero aún le costaba reconocer alguna que otra esquina; todavía tenía que familiarizarse con muchas de las calles y rincones que formaban sus rumbos, sus primeros rumbos de vida independiente. Antes de llegar al apartamento (su nuevo hogar, para ser precisos), compró una torta de queso y carne con el único dinero que le quedaba antes de la quincena (faltaba todavía un día completo para la quincena).

Apenas abrió la puerta del departamento su pareja ya lo esperaba con una de esas sonrisas que no caben en ninguna descripción. Le devolvió la sonrisa con todo el amor que tenía, a pesar de su cansancio, porque siempre sobran fuerzas para entregarse a quienes más queremos. Fueron a la cocina. Sacó la torta de la mochila y la depositó en la mesita de plástico. Te compré esto, le dijo, y su pareja aceptó con dulzura. Ya comerá después, ya verá qué hacer, lo importante es ver primero por su pareja, protegerla; siempre sobra tiempo para entregarse.

Dejó la mochila a un lado. Y a punto de quitarse su saco, vio cómo su pareja depositó un par de platitos sobre la mesa y la torta partida a la mitad. La miró sorprendido. Su pareja le sonrió de nuevo. Come conmigo, le dijo. Pero… la torta es para ti, te la compré a ti, dijo en tono preocupado. Pero su pareja le miró con profundidad, volvió a sonreírle y repitió: Come conmigo. En ese instante, el apartamento retumbó de un calor inexplicable: porque estamos juntos en esto, explicaron las circunstancias.

Sus miradas saltaban una y otra vez de los mordiscos a la torta hacia sus rostros, conteniéndose para no llorar de felicidad. Ambos comieron en silencio, con el pecho retumbándoles. Tenían tanto que decirse…

LA MAGIA DE LA VOLUNTAD

Una tía caminaba junto a su sobrino en un estrecho viaje de kilómetros y horas en  algunos de esos campos de arado en las carreteras del país.

Tía, ya no puedo más, estoy que me caigo, decía el pequeñuelo quien, naturalmente, luego de un par de horas de camino y de tanto solazo se encontraba tan agotado como un borriquito cargando con seis bolsones de patatas.

Ay mijito, si fuera por mí volábamos, pero ya ni de cargarte te puedo hacer el favor, le decía la tía, quien, de hecho, cargaba con varias bolsas de despensa.

Sin más opciones, continuaron caminando. Y caminando.

Minutos y pasos más adelante, la tía topó con un palo en medio de un pastizal deteriorado. Se lo entregó a su sobrinito y le dijo, mira, éste es un caballo, él te puede llevar.

El pequeñuelo tomó el palo y lo colocó entre sus piernas. Y comenzó a montar y a montar. Iba y venía, a salte y salte, de acá pa’ allá, de ahí a acá, corriendo y trotando como si jamás se hubiese creído su propio cansancio, con una extraordinaria sonrisa emergiendo de su figura.

Cuando llegaron a su destino, el pequeñuelo dijo a su tía, ¡uf!, tía, de no ser por este caballo, ni de chiste hubiera llegado.

EL PROCESO DE LOS MILAGROS

Era la víspera del día de Los Santos Reyes y no tenían dinero para comprar regalos. Las complicaciones económicas habían crecido y los padres no tenían otra opción que preparar una fuerte explicación a sus hijos, quienes ya habían colocado su carta bajo el árbol con ese ritual de felicidad de todos los años.

Esa noche, los niños dormían con ilusiones intocables, ausentes en la discreción de sus sueños para no hacerles ruido a los mágicos invitados, mientras los padres lloraban silenciosamente en su respectiva habitación, abrazados, callando cualquier expresión y planificando en secreto la revelación de la fantasía inexistente.

Ya esperaban las caritas de sus hijos atrofiadas de esa tristeza incomparable de los niños, retratando una ruptura que acarrearía posibles consecuencias de amargura. Horror de imaginar tan doliente situaciones, y aún más horror el tener que vivirlo. Eran tan penosas circunstancias que los padres se sentían morir.

Pero esa misma noche, justo cuando el padre decidió bajar por un vaso de agua,  a pocas horas de amanecer para darle la terrible explicación a sus hijos, alguien tocó la puerta con mesura. El padre, extrañado, la abrió con cautela. Era un asociado de la pequeña empresa donde trabajaba el padre como socio quien llevaba un sobre en la mano. Se disculpó por la hora y le explicó que era el efectivo que un par de negocios le habían quedado a deber. Explicó también que recién salía de visitar a unas personas cerca de aquellos rumbos y que decidió pasar rápidamente a hacer la entrega. El padre, atónito y radiante, aceptó el sobre. Agradeció al asociado a punta de lágrima y estrecharon manos. El asociado se retiró y le deseó un feliz año. La madre se encontraba bajando las escaleras cuando el padre rompió a llorar de alegría y le mostró el efectivo. La madre, acrecentada en su espíritu, corrió a colocarse el abrigo mientras el padre encendía el automóvil. Se besaron como en escena de película romántica y salieron a comprar los regalos esa misma noche. Para su fortuna, las tiendas abrían toda la noche exclusivamente para esta época del año.

El júbilo de la mañana siguiente queda indescriptible para todos.

Más adelante, los hijos crecerían y sabrían la verdad: que todo dentro y fuera de este mundo, de una forma u otra, existe. Ellos serían los próximos en probar esta verdad a sus propios hijos, y a los próximos niños, porque los Reyes Magos existen, y son aquellos con el deseo de continuar esta bella tradición de magia absolutamente real.